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Para asombro del conejo blanco, que a esas alturas no era ya tan blanco debido a que en su sobresalto cayó chistosamente en un charco de barro(1), Alicia desapareció, hecho que a mi jucio no era nada extraño. Desde ese día cambié radicalmente mi rutina, y en vez de ocuparme ciegamente a perseguir palabras extraviadas, palabras salvajes, e incluso a letras excomulgadas del abecedario, descubrí una estrategia para ser invitado cada tarde a tomar el té (...tecito) en diversas casas de sociedad y palacetes anacrónicos.
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Mi arte consistía en presentarme de improviso con vestidura mentirosa, la que ocultaba en sus capas el verdadero ser que se escondía incluso tras la coraza de mi piel ajada. Entrar era cosa fácil. Bajo el zaguán de cada monumental morada yo conjuraba a mis demonios, silenciosamente pero a la vez con una energía aterradora, hecho que a escondidas, sin tener razón o explicación alguna, me abría lentamente el paso hacia la mesa principal, asignándoseme muchas veces -para envidia de todos- el requerido sitial de honor.
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El verdadero problema no era tener que soportar las aburridas tertulias de mis tan opacos comensales, si no más bien aquello que tenía relación con la verdadera razón que me convocaba. En medio de la sala, sin mediar provocación en lo absoluto, fingía hipócritamente un error de cálculo en mis extremidades, lo que ipsofacto provocaba una alteración del espacio-gravedad, sometiendo a una inocente tasa (muchas veces de porcelana, pero no china, en realidad ninguna era china, eran taiwanesas en su defecto, eran simples imitaciones que permitían a los anfitriones darse ínfulas que no les pertenecían, hecho que todos, al hacerlo también cuando llegaba su turno, sabían pero le hacían la vista gorda) a quebrarse de forma aterradora sobre un piso de mármol, desparramando no sólo la tan noble bebida, si no además su definitiva utilidad, emponzoñándola en una corta y triste agonía.
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La primera vez fue algo asombroso para mí, no porque lograra lo que pretendía, más bien lo fue por dos acontecimientos casi simultáneos. El primero, experimentar la malintencionada sensación de lanzar, a vista y paciencia de todos, tan "fino" adminículo socialmente correcto. El otro, descubrir como en las más ensalzadas situaciones prima, por sobre todo, la estupidez humana.
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-No tenga cuidado- me decía una vieja de mal aliento.
-Son cosas que pasan; además pronto iremos de viaje, podremos sin duda, incluso, renovar la porcelana que ya tiene sus años- comentó amablemente la dueña de casa, asentida inmediatamente por su esposo.
Habrá sido por mi suntuosa ropa oscura; o simplemente un acto de fortuna. En esos momentos, aquellos encopetados personajes no se imaginaban a cuanto podría llegar mi afán.
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Luego de aquel estrepitoso desplome argüí razones de salud para escapar presto a mi rebeldía contra la vida. Aunque muchos lo pudieran pensar, no dejé en el camino ningún calzado, cuya pérdida motivara alegremente a una princesa celeste a partir tras mi rastro olvidado. Ni tampoco se acababa algún crono pactado, era solamente, todo aquello, el resultado de una notable frustración. En dicho momento, en que la porcelana danzaba sobre una gravedad obtusa, jamás se presentó ante mis ojos ninguna pizca de revelación; jamás sentí nada, en ningún momento el silencio fue presa de la suspensión de mi tiempo, en menos de un segundo, como nunca antes, tuve nada de tiempo para escudriñar.
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Así, y con la experiencia devastada y la paciencia aún más dolida, comencé mecánicamente a asistir a los tés de mayor celebridad. E intenté todo, cada vez, como un deporte riguroso, lanzaba las tasas el borde de la mesa, y mis pies mojados, resentidos, fueron mucho tiempo testigos de la absurda inclinación. Y nada... nada de nada; jamás volví a ver ese instante en que la plata es de cera y el barro no aflora. Y comenzaron a catalogarme, a estigmatizarme, se dieron cuenta de mi insana inclinación. Y yo intentaba, practicaba, maneras y formas, caminos y sentidos para que pareciera un accidente, para que no fuera tan evidente. Hasta que me expulsaron, me lanzaron sin dignidad, rasgando mi traje oscuro, enterrando uñas, lanzando patadas, manotazos. Y mi ira ya no existía, no dormía ni vivía. Sin embargo no pudieron destrozar la piel, esa no, esa quedó hasta el día de hoy. Y tan sólo con ese ropaje, andrajoso de nacimiento, me refugié en los suburbios, aún creyendo en la misma inclinación.
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Hasta el día de hoy vivo desterrado y echado, zurciendo mi piel. Sin embargo me río, con grandes carcajadas, confabulando con amigotes hasta ver jarrones caer; y en el momento en que sus pedazos como siempre no dejan nada, soy desterrado y vuelvo a visitar al conejo blanco.
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En ese lugar ya no tomo té, de vez en cuando un café, pero durmiendo bajo un árbol, jamás sentado. Juntos, el conejo y yo, esperamos la llegada de Alicia. Él para sacarse el barro pegoteado y yo para insistir en qué ocurre entre el suelo y la taza suspendida.
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(1) Esta historia es digna de contarla ya que, aunque se desarrollo brevemente, es de fundamental importancia morbocística y humorística para cualquier persona que se digne a tener mediano o buen sentido del humor. Prontamente se elaborará aquélla, con lujo de detalle, en una próxima edición.
16.7.07
Pelando el cable sin Alicia
Alicia me contó que para soñar no era necesario tener una cara bonita, aunque de pasada Alicia sí la tenía. En esos momentos, en que juntábamos nuestras manos y reíamos tomando el té (o tecito en su defecto), y el conejo blanco se paseaba, acelerado marcando su tiempo, una tasa, inoportuna, cayó al piso. En el leve instante en que esa tasa flotó en el aire, libre y fugaz, tuve un pequeño escape precisamente para poder soñar. Sin embargo la tasa se quebró egoístamente sin pensar en lo que a mí me pudiera pasar, preocupándose sólo de retener su integridad, algún trozo que salvar.
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1 comentario:
las tazas son tazas y el suelo es suelo......y ambos son incompatibles...cuando chocan, tarde o temprano(más temprano, a no ser que sea una especie de tiempo matrix, donde todo corre más lento), una de las 2 se rompe... o es la taza, o es el suelo que se pica....es la ley de la vida.
y en cuanto a ti, no creo que hubiese sido necesario vestirte de otra manera para entrar a algunas casas a tomar tecitos y comprobar mediante el metodo de causa-efecto, o quizás experimental(aplicando netamente método científico)lo que pasaba entre la taza y el suelo..porque no lo creo necesario?, porque siempre hay una que otra persona que recibe a andrajosos...que es lo primero que se les ofrece? agua... y que es una taza de té?... no es más que una taza de agua....
Ah respecto a alicia...caras vemos, corazones no sabemos... si era una cara bonita, puede soñar tanto, y menos, o más que tú... lo importante, es hacerlo.. nada más.
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